—¿Quién es? —pregunto abriendo la
puerta. Afuera aguarda un señor vestido con ropa de otra época.
—¡Hola! —exclama con un respingo,
como si no me esperara.
—¿Quería algo? —pregunto
incódomo.
—¿Yo? No... —su acento es
extraño, no sé si por ser extranjero o por la disposición torcida
de sus dientes.
—¡Pues no llame a mi puerta!
—refunfuño haciendo amagos de cerrar.
—No he llamado —ríe mostrando una
boca flanqueada por unos piños que desearían ser otra cosa.
—¿Usted cree que soy tonto?
—No podría objetar juicio alguno;
no lo conozco.... —dicho esto trata de adentrarse.
—¿Qué hace? —bramo cortándole
el paso.
—Me está invitando a entrar, ¿no?
—¿Yo?
—¡¿Qué ocurre aquí?! —oigo de
pronto a mi espalda.
Me giro sobresaltado y veo a una
señora joven pero bastante estropeada.
—Isidro, —dice mirándome y
señalando al señor de los dientes torcidos—. ¿Quién es?
—¿Isidro? —murmullo para mí
mismo.
—¡Ya estamos! Desorientado... ¡Como
siempre! Cada día me digo, María, esto es pasajero, mañana será
mejor... —me sortea y se coloca delante del señor—. Pase.
—¿Por que lo invitas? —grito.
—Eres tú el que está haciéndolo.
—¿Yo? ¡Él ha llamado!
—No he oído el timbre, ¿estás
seguro? Cuando te dan estos ataques haces cosas raras...
—¿Qué... insinúas?
—Bueno, entonces cuéntame qué ha
pasado.
—Pues —titubeo—, iba por aquí
y... —callo con la mente en blanco.
—¿Y? —pregunta la supuesta María.
—He... abierto la puerta y estaba
este señor —digo al fin.
—¿Has abierto sin más?
—No sé...
—¿Y por qué dices que esta persona
estaba llamando?
—Porque... —mi astenia aumenta.
—Has abierto la puerta, lo has visto
y como no te cuadraba has pensado que ha llamado —concluye ella
rápidamente—. Entre, buen hombre —continúa mirándole.
—Gracias —comenta él que se ha
quedado quieto durante toda la conversación como un autómata
aguardando una orden.
—¿Cómo ha dicho que se llama?
—pregunta María cogiéndole del brazo.
—No lo he dicho.
—Siendo sincera, tampoco lo he
preguntado —ríen y se internan por una puerta lateral que acaba de aparecer—. ¿Un café?
—Por supuesto.
—Perfecto, Isidro lo preparará —los
oigo hablar desde dentro—. Por cierto, tiene una dentadura
perfecta.
—Me alegra que se fije, estoy
orgulloso de ella.
Permanezco en silencio y preguntándome
qué acaba de ocurrir. He abierto una puerta, un desconocido ha
entrado sin querer y mi supuesta mujer parece encantada...
—¡Isidro! —María asoma por la
puerta—, ¡Prepara café!
Asiento.
Mejor hacerle caso, pienso, aunque...
tampoco recuerdo dónde está la cocina. Solo veo la puerta de salida
y la del cuarto donde aguardan los dos indeseables. Comienzo a
caminar por el angosto pasillo que tengo al frente. No parece una
buena opción, pero es mejor que preguntarle a la tal María.
El pasadizo es larguísimo, ni
siquiera veo el fondo. Una maraña lechosa se entremezcla con una
negrura que va intensificándose. Incluso mi visión parece haberse
ensuciado, como si una aparatosa legaña se hubiera formado en mi
córnea negando el paso libre de luz hacia el interior de mi
raciocinio...
—¡Isidro! —María grita asomando
de nuevo por la puerta como si no me hubiera movido—, ¿qué haces?
¡Tira para la cocina! —dice señalando una tercera puerta que aún
no había visto.
Me interno. Aparezco en una
desconocida y estrecha despensa. La tal María tiene razón, estoy
mal si no reconozco ni mi propia casa. Espero que el café me ayude a
volver en mí. Pero la cocina se resiste a aparecer. La despensa es
larga y se va empequeñeciendo por culpa de la gran cantidad de
estanterías repletas de vasijas rebosantes de un polvo color crema.
Son muy viejas, como si llevaran años sin tocarse, de hecho, por sus
rebordes asoman remolinos de telaraña bien condensada. Eso me da
cierta dentera. Odio las arañas y su aparatoso telar, y este cada
vez es más denso, incluso va pasando de estante a estante invadiendo
mi campo de avance. De hecho, noto cómo esos aprensivos filamentos
se me enredan por la cara y si trato de quitármelos se me adhieren
más...
—¡Isidro!
Despierto en mi cama. Me incorporo
como un resorte. Delante está María, mi María, mi hermosa mujer
por la que los años solo pasan para otorgarle más belleza y
resplandor.
—¿Estás bien? —dice
acariciándome—, qué sudada llevas.
Sacudo la cabeza.
—Menudo sueño...
—Bueno, levántate, he hecho café.
Percibo su aroma, por eso estaría
soñando con él.
—Unos minutos... —me desperezo.
—No —contradice—, vente al
salón, tenemos visita.
—¿Visita? —arrugo la frente.
—No me mires así; fuiste tú quien
invitó al hombre de los dientes torcidos...
Me ha encantado el relato.
ResponderEliminarUn abrazo.
Hola, Chema, me alegra mucho que te gustara.
EliminarMuchas gracias por pasar.
Un abrazo.
Genial. Me lo he pasado pipa. Me has hecho reír y a la vez me has mantenido expectante y agobiado. Esperaba, por el bien del pobre Isidro, que fuera un sueño, como así ha sido. Pero este final le ha dado a la historia un toque mágico.
ResponderEliminarMe ha recordado un relato que escribí, titulado La mirilla, en el que también aparecía en la puerta de la casa del protagonista un individuo enigmatico, je,je,
Me ha encantado, Pepe.
Un abrazo.
Josep, ¿qué tal? Pues es que hay veces que parte de nuestra realidad se revive también en los sueños como sueños que se hacen realidad, o en este caso, partes de un sueño que se reviven en la realidad o no... Je, je, je.
EliminarMuchas gracias por pasar, me alegra que hayas pasado un rato divertido. Por cierto, me pica la curiosidad, ¿cómo se llama ese relato tuyo que te recordó este?
Un abrazo.
Como te digo en mi comentario, mi relato se titula "La mirila" y fue publicado el 28 de marzo de 2019 en mi blog "Retales de una vida".
EliminarOtro abrazo.
Ja, ja, ja... Estoy leyendo Alicia en el País de las Maravillas para la próxima edición de El Tintero y la verdad es que los diálogos que nos muestras en este relato me han recordado mucho a los allí recogidos. El absurdo racionalizado o la razón irracional cuando se hacen como lo has hecho tú dan relatos divertidísimos. Un abrazo!!
ResponderEliminarQué bien, David, Alicia para el próximo reto, no había leído aún las bases, va a ser una edición la mar de divertida.
EliminarLa verdad es que cuando me propongo hacer diálogos siempre viro hacia situaciones absurdo-cómicas, je, je.
Muchas gracias pos pasar y comentar.
Un abrazo.
Me encantó el diálogo, muy dinámico e irreal.
ResponderEliminarUn abrazo.
Muchísimas gracias, Rocío, me alegra mucho que te encantata.
EliminarOtro abrazo.
Ciertamente preocupante este sueño antes de que fuera tal, y más después de despertarse cuando realmente parece que empieza la pesadilla.
ResponderEliminarRelato ameno, de lectura rápida, intrigante y bien escrito.
Saludos.
Pues sí que para el pobre Isidro es algo preocupante. Antes me pasaba mucho eso de despertarme medio grogui y hablar con la gente medio soñando, era algo agobiante pero cuando pasaba (breves segundos) me pegaba buenas carcajadas, je, je.
EliminarUm abrazo y nos leemos!
¡Hola, Pepe!
ResponderEliminarDel sueño a la realidad y de esta quizás a otra sorprendente, porque como en un bucle, el protagonista nos introduce en una desconcertante pesadilla, que cobra mucha fuerza y acelera la acción de forma vertiginosa ya dentro del núcleo de la trama, con una extrañísima escena donde se mezclan los personajes reales, aunque con un rictus abrumador y donde el surrealismo crea un auténtico desconcierto hilarante en el lector. Para terminar dentro de este bucle, en donde ficción y realidad se confunden en un mismo punto.
Me ha gustado mucho como has ido creando todo un enredo fusionando la irrealidad de los sueños con la realidad de lo soñado.
Un fuerte abrazo y ya de paso vuelvo a felicitarte por tu tintero de oro tan merecido.
Estrella, me alegran mucho tus sinceras y gratas palabras, sobre todo porque tú eres la maga del surrealismo, y eso es lo que pretendí, aunque al final me salió un surrealismo algo cómico, je, je.
EliminarMuchas gracias por tus palabras y por la felicitación, de nuevo.
Por cierto, este relato es para café literautas, allé leeré el tuyo, espero.
Un abrazo!
¡Toma ya, Pepe! ¡Menuda historia y menudo final! Has logrado engañarme con él por dos veces... la primera haciéndome creer que todo había sido un sueño y la segunda comprobando que no lo había sido. Un placer leerte.
ResponderEliminarPor cierto, me atrevo a invitarte a que participes en mi reto mensual de escritura creativa. Sería un auténtico honor si te decidieras a hacerlo en cualquiera de las ediciones.
Un abrazo enorme.
#devuelvocomentarios
Hola, Rebeca, me alegea mucho que consiguiera introducirte en le relato, je, je.
EliminarPues que me invites es un honor para mí, así que el mes siguiente participaré en tu reto.
Un abrazo.
Qué bonito relato,con un buen dialogo, te felicito.
ResponderEliminarBesos
Me alegra mucho que te gustara, María Dorada.
EliminarUn abrazo.
Es bueno crecer con las letras que todos te aprueben y te digan su verdad
ResponderEliminarsaludos siempre
Hola, me aprueben o no es gratificante que te digan la verdad.
EliminarMuchas gracias por pasar. Un abrazo.
Hola Pepe
ResponderEliminarResulta que he creado un blog para intercambiar lecturas con su grupo tan maduro y de letras de mucha calidad. Lo abrí con dos relatos de un libro que se llama La traición del Fauno, y resulta que el primero se llama la visita, al igual a este tu cuento que me atrapó porque desde el inicio creas un núcleo dramático al plantear una conversación absurda y un personaje desorientado, de modo que sigues la trama para saber quién es el señor detrás de la puerta, se me hace inteligente como las cosas existe solo cuando se nombran, como si trajeras a colación a Protágoras con su “El hombre es la medida de todas las cosas, de las que son, en tanto que son y de las que no son, en tanto que no son”. Al enterarme que era un sueño casi me decepciono, pero me regresó la sonrisa de satisfacción al leer el final. Un abrazo.
Hola, Alfredo, la verdad es que, muchas veces, los sueños son el recurso fácil para concluir ciertas tramas que han dado de sí. Nunca vi el final de los Serrano, pero me imagino el palo a los fans (espero no haberte destripado nada, aunque tampoco había mucho que destripar). Ese final solo es una manera de intentar retorcer ese eterno cliché del sueño para añadir algo que descoloque y, como te ha pasado, no te defraude (me refiero al final de mi relato no al de los Serrano). Me has ruborizado con tu comentario, muchísimas ganas por pasar y comentar. Me pasaré a ver tu relato de la visita.
EliminarUn abrazo.