El club de la lucha

 



La primera regla del club de la lucha es: jamás se habla del club de la lucha.
    Sábado. Ha pasado la semana. Aún tengo el cuerpo destrozado de la última pelea.

Segunda regla: ningún miembro habla del club de la lucha.
    Al fondo asoma el local. La viuda negra, con su bastón, el tío «cuadrao» y la carnicera hacen cola.

Tercera regla: ¡apañátelas!
    Se abre la persiana y acceden. Asomo por la puerta; ese asiento de primera fila para tal teatro de destrucción masiva. Entro. La viuda discute con el tío «cuadrao».
    —¡Los he visto primero!
    Pero este, ese canijo de mentalidad cuadriculada, pasa y agarra todos los puerros.

Cuarta regla: se permite usar armas.
    La carnicera se interpone. Hoy todos quieren puerros. Detrás, la viuda ondea su garrote.

Quinta regla: la pelea termina al cierre comercial.
    Los bordeo y sitúo delante del dependiente. Este me mira con hastío, o asco, o como la mierda contante y sonante del mundo. Saco la nota de mi madre. Somos una generación de niños criados por mujeres. Leo jabón, lejía y... ¡puerros!
    Me giro con un respingo. La pelea es esplendorosa.

Sexta regla: si vienes al club debes luchar.
    Muevo espasmódicamente la cabeza.
    —¡Ah! —grito. Soy la venganza autosatisfecha de "Jack".
    La viuda y la charcutera empujan al tío «cuadrao». Los puerros caen. Cojo un puñado y salgo, pero algo me detiene: un bastonazo.
    —¡Ay, hijo! Perdona.
    Caigo.
    Todo se funde en negro.
    Esta es mi vida... y se acaba a cada minuto...