—¡Compra! —dice el Ser Superior.
Aparto la mirada del escaparate, pero una vendedor de lotería me corta el paso.
—¡Compra! —vuelve a decir el Ser Superior, voz fuerte y rápida, como un ladrido.
Me detento y miro hacia arriba. Está por encima de mí, levitando. Es pequeño, verde, con cuernos, alas y rabo. Parece más un diablillo aceitunado que un ser superior. No sé por qué lo llamo así. Lo peor es su sonrisa, siempre bien puesta, siempre macabra. Lleva años acompañándome y solo me habla cuando veo algún anuncio o cualquier cosa que pueda ser comprada. Una maldita voz en mi cabeza con imagen incluida.
Simples alucinaciones, suele decir mi psiquiatra.
Un autobús ruge por mi lado. Lleva una fa
mosa marca de colonia en un lateral. —¡Compra! —ladra de nuevo.
Retiro la mirada instintivamente y me topo con un comercial repartiendo
flyers. —¡Compra!
Joder. Por regla general suelo evitar las calles comerciales, pero hoy en día es difícil. Tuerzo por una esquina y choco con una señora cargada con varias bolsas, algunas de las cuales caen, aunque lo peor está por venir: día de mercado.
—¡¡¡Compra!!! —El Ser Superior parece hacer chiribitas mientras ladra.
Trato no hacerle caso. Pero mire donde mire hay algo para comprar. Cierro los ojos y comienzo a tantear la pared, como un invidente. Logro acallar los ladridos, pero entonces, la pared se alisa y enfría. Otro escaparate. Maldita sea. Hoy puede que sea el día que tengan que venir a internarme o que me desmaye totalmente ido.
Abro los ojos.
—¡Mierda! —grito.
Efectivamente, estoy ante el escaparate de una joyería en medio del cual aparece un diamante del tamaño de un grano de café. El Ser Superior se va a volver loco.
Sin embargo, no dice nada. Qué raro. Miro arriba. No está. A los lados. Tampoco. ¿Qué ocurre? Vuelvo a mirar el pedrusco. Es un diamante blanco, suspendido entre dos tiras doradas que se cierran como un anillo. Una auténtica obra de diseño, ingeniería y belleza hipnótica, hechicera, absorbente...
—Es precioso, ¿verdad? —Oigo de pronto a mi lado.
Una chica de casi treinta años aparece, o a lo mejor ya estaba ahí cuando he llegado. Es rubia, tez blanca, luminosa, y unos ojos tan azules que parecen dos bombillitas.
—Vengo todas las mañanas a verlo —no deja de mirar el diamante—, me tiene enganchada.
Yo la observo. A ella y en rededor. El diablillo sigue ausente; no entiendo por qué.
—¿Le puedo contar algo? —me susurra—, tengo la teoría de que ese anillo es mágico.
—¿Mágico? —carraspeo.
—Sí. Desprende no sé qué cosa que ahuyenta los malos augurios. Yo vengo todos días y me siento mejor solo con verlo.
—Ah. —Miro de nuevo el pedrusco pensando que no estoy solo en este mundo, que hay locos en todas partes.
Sin embargo, esta tierna criatura tiene algo de razón. Desde que lo he visto el Ser Superior ha desaparecido. Y justo tendría que hacer lo contrario, ¿por qué...?
—¿Le apetece hacer una locura? —le digo de pronto.
Ella frunce el ceño en una expresión tan inocente como bonita. La cojo del brazo y entramos no sin remirar hacia todos los lados por si el diablillo estuviera agazapado esperando. Pero sigue ausente. Dentro aparece un dependiente, bien vestido y con gafas redondas.
—¿Qué desean? —pregunta.
—Puede enseñarnos ese anillo —señalo al escaparate.
Él sonríe y obedece servicial.
—Aquí lo tiene.
Lo agarro con cierto reparo. Es precioso, único, incluso percibo esa sensación de bienestar que me comentaba la chica. Al final va ser cierto que es mágico. Ella lo observa embelesada. Entonces, le cojo la mano y le encajo la sortija. De pronto, su semblante cambia: los ojos se le ensanchan, la sonrisa y tez se le iluminan, incluso la iridiscencia del diamante brilla más. Parece como si ambos estuvieran predestinados. Es maravilloso. Magia, pero de verdad.
—¿Sabe qué? —le digo al absorto dependiente—, no hace falta ni que me lo envuelva, ¡se lo lleva puesto!
—¡Cómo! —brama ella—, no... no puedo aceptarlo...
—Tranquilícese —le digo—, soy inmensamente rico.
No es cierto, en realidad el anillo vale lo que ganaría en medio año, pero el altruismo bancario me ayudará a pagarlo a cómodos plazos.
Ella sonríe con su ya habitual timidez.
—No puedo... —susurra, yo me mantengo inflexible. Este ser junto con el anillo se han cargado al diablillo, todo lo que haga será poco.
Al poco aparece el dependiente y pago. Ella mira el anillo risueña, soñadora.
—¿Cómo podría agradecérselo?
Sonrío. Entonces, ella pilla un papel del mostrador y anota algo, luego me lo da con una alegría nerviosa. En sus ojos veo reflejada parte de mi dicha junto con unas motas verdes un poco raras. Luego me besa en la mejilla y se da la vuelta hacia la salida no sin antes reír de un modo un poco distinto, como más perverso, como si quisiera mostrar otra cosa, como si...
Muevo la cabeza espasmódicamente, algo no acabo de entender. Entonces reparo en el papel:
«¡Compra!», dice el susodicho.
Desorientado, levanto la vista. La chica está de espaldas y abandonando el local. En su hombro aguarda al indeseable diablillo. Sonrisa siniestra, diabólica. Asquerosa.
—¿Desea...
¡¡¡comprar!!! Algo más? —dice el dependiente a mi espalda.
Me giro sobresaltado y lo veo, risa macabra plagada de motitas verdes. Ahora lo entiendo, serás cabrón...
—No tengo elección, ¿verdad?
Él niega. Yo suspiro y saco mi tarjeta de crédito.