Las mañanas; esos momentos llenos de
magia, idílicos amaneceres y guiños de un sol repleto luz,
esperanza y sueños... Malditas mañanas. Frías, o cálidas, da lo
mismo. Las odio. Son todo prisas, trastabillas y multitudes
deambulando con el cándido y agradable ruido de tráfico de fondo.
Más, si es día laboral. ¿Por qué tanto claxon? Un simple bocinazo
no arregla nada.
Y qué decir de los semáforos
peatonales. Siempre abarrotados. Parecen la antesala de una de esas
batallas medievales. Incluso los del otro lado esperan con cara
hostil. Quietos, quietos..., ¡verde! ¡¡¡A la carga!!!
Y así día
tras día, como si el propio tiempo se hubiera detenido en un bucle
surreal.
—Disculpe, señor, ¿tiene la hora?
—suelta un individuo risueño que me para en medio de la acera. ¿En serio en pleno siglo veintiuno
sigue habiendo gente tan alelada? Que le de la hora, dice. ¡Será
imbécil! En su lugar callo y trato de largarme, pero en mi arranque
arreo un par de empujones a otros incautos que parecían observar la
escena.
—Señor —dice uno de ellos—, no
se ponga así, el muchacho solo quiere saber la hora.
—Eso —contesta otro—, ¿qué
hora es?
Agacho la cabeza y ni les miro. ¿De
verdad han estado tan pendientes de mí y el chaval? La vida ya se
nos ha ido de las manos. Paso de todos. Para tonterías ya me tengo a
mí mismo, que cada uno se aguante las suyas.
—¡Señor! —oigo a mi espalda, es
el muchacho gritándome. ¡Esto no va a acabar nunca!—, por favor,
necesito que me diga la hora.
Acelero. Pero me siguen. Lo noto. O
puede que sean las mil millones de almas que caminan por la calle.
Todas pendientes de mí. Tuerzo un recodo y aparezco en una
callejuela. ¡Mierda! Esto es una ratonera sin escapatoria. Mejor
buscar un escondrijo, algo como un pequeño bar de almuerzos que
aparece a media calle. Odio también esos antros. Es ahí donde la
majadería mañanera es máxima, pero no queda otra.
El tugurio me asalta con la dulce y
placentera fragancia de mil vomiteras agrias. Sobre todo en la barra,
ahí la sensación es más asfixiante. Confío no desfallecer
mientras aguardo. No creo que sea mucho tiempo. Una eternidad de
varios minutos, espero.
—¡Rácano! —dice un inquilino
apostado a mi lado, el tal Rácano debe de ser el barman; tipejo
descuidado y con la típica apariencia asquerosamente amistosa—,
¿qué hora es?
El tal Rácano no contesta, a lo que
el parroquiano me mira:
—Usted, ¿tiene hora? —Joder, lo
que faltaba.
El barman, se gira y le sirve un café
a él y otro a mí, aunque no lo haya pedido, se habrá equivocado.
Sin embargo, tampoco digo nada; bastante tengo con el sufrimiento que
me está proporcionando este nauseabundo escondrijo.
—¿No nos va a decir la hora? —me
dice entonces el barman.
Se forma un silencio contrastado con
el ajetreo del bar junto con lo que llega de afuera. No me gusta nada
lo que sea que esté ocurriendo. Sin saber por qué, se acaba de
instaurar una tensión más densa que la propia mañana.
—Calma, calma... —suelta una
viejecita al otro lado. La muy maja mantiene la puñetera sonrisa
bobalicona—, dejad al pobre hombre, a lo mejor es que no lo sabe.
—Entonces se gira hacia mí—, dime hijo, ¿qué hora es?
Suspiro con fuerza. He ido a caer a
las brasas saliendo del fuego.
—No creo que lo sepa —corta el
parroquiano.
—No, lo que pasa es que no tiene
tiempo —ahora el barman—, por eso no puede decírnoslo, ¿verdad?
Si no es así no se entiende.
—¡Eso! —ríen los otros dos al
unísono, casi con un cántico de cara a mí—. Venga, díganos:
¿qué hora es?
Niego repetidas veces, ¡están locos!
Mejor me voy, aunque al girarme me encuentro con una vorágine de
zascandiles cerniéndose sobre mí y uniéndose al coro:
—¡Qué hora es! ¡¡¡Qué hora
es!!!
Me llevo las manos a los oídos. Pero
no dejo de oír esos gritos. Esto no tiene sentido...
—¡Callaos!
—estallo al fin—. ¿Qué ocurre? ¿Por qué no dejáis de
hacerme la puñetera preguntita?
El coro se silencia. El local vuelve a
parecer normal. La viejecita y el parroquiano siguen ahí, pero el
establecimiento no está tan abarrotado como segundos antes.
El barman levanta una ceja y me mira.
—En realidad, la pregunta sería:
¿por qué usted no quiere responderla?
—¿Yo? —Callo mientras entrecierro
los ojos. No me esperaba esa respuesta.
El barman asiente y mira al resto.
—¡Veis! Tengo razón; no
quiere porque no puede responderla, y no puede porque no tiene
tiempo; le ocurre cada vez a más gente.
—¿¡Qué?! —Remuevo
espásmodicamente la cabeza—. ¿Estáis chalados?, ¿que no tengo
tiempo? ¿qué insinuáis?, ¿que estoy muerto?
—Es una manera de verlo —ríe el
barman que se gira hacia sus quehaceres. La viejita y el parroquiano
asienten y hacen amagos de irse.
—¿Es eso? —les digo, pero pasan.
Me giro. El resto de la gente de la
cafetería esquiva mi mirada, como si fuera un demente, o como si
quisieran fingir que no existo. Vaya. Al final va a ser que tienen
razón, estoy muerto; ¡muerto en vida! Lo que le faltaba a la
mañanita.
Me desparramo en el taburete. No puedo
más. Delante queda el café que minutos antes me han servido. Está frío, amargo, asquerosamente rancio. Otra decepción.
Joder..., ¡cómo odio las mañanas!
Muy buena historia, caricaturesca y dramática a la vez, en cuanto que el lector se siente el personaje con las prisas por todo lo que tiene que hacer y alguien lo interrumpe con una pregunta tonta. Una crítica a la vorágine en la que vivimos en la sociedad de hoy sin tiempo para reflexionar.
ResponderEliminar¡Feliz domingo!
Jajaja, ya ves, Pilar, que hoy día no tenemos tiempo de nada.
EliminarMuchas gracias por pasar, y un abrazo!
El partido que le has sacado a una pregunta cuya respuesta ahora resulta obvia —porque está en todas partes— y hace cinco o seis décadas resultaba normal. Has montado una historia divertida y agobiante al mismo tiempo. Me ha encantado.
ResponderEliminarUn abrazo.
Está tan presente que no hace falta reloj, ahora esos aparatos son para todo menos para dar la hora.
EliminarMuchas gracias por pasar, Chema, y un abrazo!
Qué buen relato. Y cuánto ha dado de sí una sencilla pregunta. Besos 😘
ResponderEliminarSí, Margarita, una pregunta inocicente, pero solo en apariencia.
EliminarUn abrazo!
Ja Ja... Entiendo a tu protagonista, a veces yo también comienzo el día que le doy un tatequieto al primer avispao que me pregunte la hora, aunque sea solo una vez... ja ja.. Excelente y divertido relato... ¡Saludos!
ResponderEliminarBuah, Octavio, pues yo miro la hora a primera hora y casi ni me da tiempo a hacerlo de nuevo, je, je.
EliminarUn abrazo! Y gracias por pasar
Muy bueno, Pepe. Está tan bien narrado que me haces sentir el hastío y la furia del personaje con la dichosa preguntita. El cierre del relato es genial.
ResponderEliminarUn saludo.
Muchas gracias, Carmen.
EliminarUn abrazo!
Muy buen relato, el enojo, el cansancio agónico por la repetición de la pregunta, la locura del personaje, muy bueno.
ResponderEliminarUn abrazo.
PATRICIA F.
Muchas gracias, Patricia.
EliminarUn abrazo!
Desde luego a tus relatos nunca les falta personalidad...
ResponderEliminarAlgunos han comentado que era gracioso, a mí me ha parecido agobiante y terrorífico. En cuanto al significado, siempre nos haces trabajar... y mucho. Yo diría que más que un personaje extravagante lo que has parido es todo un mundo lleno de extravagancias.
Muy inquietante.
Suerte en el concurso!
Hola, MJ, pues tienes razón, el personaje solo es un punto más de las extravagancias de este mundillo, jejej.
EliminarMuchas gracias por pasar y un abrazo!
En novecientas palabras nos llevas a la extrañeza, el hastío, la locura del mundo de hoy. De veras conmueves con una propuesta de apariencia simple y cotidiana, pero sumamente compleja. Un abrazo
ResponderEliminarJo, Juana, muchas gracias por esas palabras tan bonitas,
EliminarUn abrazo y muchas gracias por pasar
Absolutamente genial, Pepe. Un relato cargado de crítica e intención que transmite muy bien la sensación de agobio y opresión del personaje. El tono y los diálogos estupendos. Me ha encantado.
ResponderEliminarEso era lo que traté, un personaje agobiado por la propia vida, como el mundo de hoy en el que vivimos.
EliminarMuchas gracias por pasar, Marta, y un abrazo
Una loa al humor del absurdo, con ese empecinamiento de tu protagonista para no dar algo tan sencillo como la hora, je, je. Algo tan simple lo convierte, con su insistente negativa, en una cruzada contra todo aquel que pretende sonsacarle, aunque sea por las buenas, esa información que no sabemos por qué no la quiere dar.
ResponderEliminarUn relato originalísimo y simpático.
Un abrazo.
La vida es un absurdo, si lo paras a pensar, y cada vez más y va a peor, jajja, al final pedir la hora es una intrusión en el espacio vital de las peronas, ya llamar por teléfono parece una osadía, y eso que estamos enganchados, todo se va hacia el absurdo.
EliminarMuchas gracias por pasar, Josep, y un abrazo
Hola, muy buen relato, parece prosa poética, bueno, lo es, están medidas con precisión cada una de las palabras y, además, narrando algo tan sencillo con la mañana en una ciudad cualquiera. Muy bueno. (Si me admites el consejo, sobre el formato del blog, no sobre el contenido, oscurece un poco el color de la entrada para que el fondo no sobresalga tanto y se pueda leer mejor el texto, mis ojos te lo agradecerían, jeje). Un abrazo. :)
ResponderEliminarHola, Merche, no sé si poético, pero sí curioso, ¿no? jajaja. Muchas gracias por la apreciación, soy un poco nefasto con esto de la informática.
EliminarUn abrazo y gracias por pasar
Hola Pepe. Un relato surrealista, muy en tu línea, que siempre nos anima a la reflexión. Una crítica a la vorágine en la que vivimos sumidos en nuestras sociedades modernas, sin tiempo para nada, ocupados precisamente en perder el tiempo. Es curioso como el protagonista pierde media mañana porque no tiene tiempo para dar la hora, cuando con haberlo hecho la primera vez se hubiera solucionado todo, pero ese egoísmo malsano, ese individualismo que nos hace tender a ver que en el otro está el enemigo, le impide dar su brazo a torcer. Él solo contra el mundo, o el mundo contra él, parece pensar. Hasta el café se le ha quedado frío después de malgastar su tiempo en tonterías, con lo que él es el primer perjudicado por su mal carácter. Al final se cierra un bucle; el relato comienza con lo que podía ser una mañana idílica y luminosa que realmente es una tortura monótona y opresiva, para terminar sentenciando lo mismo ¡odio las mañanas! Sin duda una crítica ácida a la vorágine que nos devora, a una sociedad sin tiempo, a un individualismo exacerbado, a la incapacidad que hemos desarrollado para disfrutar de las pequeñas cosas cotidianas. Genial, como siempre. Un abrazo.
ResponderEliminarHola, Jorge, me encantan tus comentarios tan detallados y precisos. La crítica es fácil, y más con la sociedad que tenemos delante. Esa premisa de que no tenemos tiempo de nada sobrevuela cada rincón, pero las tropecientas redes sociales no menguan en tiempo, al final se te queda la sensación de una falta de tiempo total, pero es solo no saber aprovecharlo. Y la gente que escribimos lo sabemos mejor que nadie; siempre hay tiempo para hacer lo que sea si te lo propones, pero claro, hay que querer hacerlo.
EliminarMuchas gracias, Jorge, por pasar y espero que tus mañanas sean más apacibles que a mi pobre personajillo.
Un abrazo!
Magistral. Que haria uno en una situacion semejante..... se podria mentir, y decir siempre son las 9.... digo podria ser una solucion. O si no se quiere mentir decir: "ya es tarde....". Como castigo del purgatorio esto puede ocurrir. Me encanto el relato
ResponderEliminarJajaj, esa anéctoda de las nueves me recuerda a un tramo muy dulce de mi vida. Sí, se podría mentir y así pasar el mal trago, pero hay gente que le gusta sentirse castigada, y con ello, tener la culpa con la que sentirse mejor consigo mismo.
EliminarUn abrazo, José, y gracias por pasar
Hola Pepe me parece que a partir de ahora alguna pesadilla causara pedir la hora. Muy bien relatado y resuelto. Un abrazo.
ResponderEliminarJajjaa, mira, Ainhoa, yo hace años que tiré el reloj a la basura, y ahí sigue, me agobiaba demasiado.
EliminarMuchas gracias por pasar y un abrazo
¡Hola, Pepe! Tu relato me parece sencillamente genial. Yo de mayor quiero ser como tú, jeje. La historia, de entrada, está muy bien ambientada. El conflicto surge en medio de cualquiera de nuestras ciudades, entre extraños que parecen observarnos y que se nos antoja que conspiran contra nosotros. Y esa pregunta que se repite constantemente, resquebrajando el frágil equilibrio mental del protagonista. Perturbador y sarcástico a la vez. Magnífico relato, sí señor. Entre mis favoritos, sin duda. Suerte y un fuerte abrazo!!
ResponderEliminarNo quieras ser como yo, Beri, que no tengo tiempo ni para darte la hora, jajaj.
EliminarMuchísimas gracias por tus amables palabras, y por ese certero análisis, el escenario es clave, uno que todos conocemos y con el que empatizamos enseguida, el resto, es surrealismo y realidad empacados en un caso sin sentido jaja.
Muchas gracias por pasar y un fuerte abrazo
Muy bueno. Ahora mejor llevare dos o cinco relojes, para no preguntar la hora.
ResponderEliminarUn abrazo
No!!! Aldaba, ni un reloj debes llevar, no te lo aconsejo, jajaja,
EliminarMuchas gracias por pasar y un abrazo!
Wow, es genial. De verdad que me ha encantado. Me gusta que el final no fuera lo que esperaba. El ritmo es increíble, me gusta mucho como se acelera y se detiene y se vuelve a acelerar.
ResponderEliminarMucha suerte en el concurso! A ver si me animo a participar en el próximo.
Un abrazo :)
Hola, Teresa, pues sí, en el próximo tienes que participar. Me encanta que te haya gustado, el ritmo, es difícil tener que poner ritmo a un relato que denota velocidad, sobre todo de detenerlo, acelerarlo de nuevo y volverlo a detener sin que quede monótono. Me alegra que te gustara en ese sentido.
EliminarUn fuerte abrazo!
Hola, don Pepe:
ResponderEliminarUstedes los humanos son muy raros. Ya ve, están obsesionados con el paso del tiempo, con saber la hora en que viven y cronometrar todo lo que hacen; y al final llegan tarde a todos los sitios, actúan a destiempo y el tiempo se les va de las manos. Y así están ustedes, que en vez de hablarse se ladran cuando se preguntan la hora. La suya es una vida perra y están asfixiados por la correa del tiempo.
Permítame un consejo felino: no se altere la próxima vez que le pregunten la hora; haga usted como un gato e ignore a ese pazguato.
¡Remiaú!
Gran relato, compañero. Un placer leerte. Siempre.
JAJAJAJAJA, Nino, me has dejado de piedra, cuando leí el comentario me dije, ¿qué ocurre aquí? ¿Me estoy volviendo loco? jajaja. Ay, pues los gatos tampoco estáis para tirar piedras, que de vez en cuando os pillan unos arrebatos que dan hasta miedito, jajaj.
EliminarUn fuerte abrazo y muchas gracias por pasar
Efectivamente el tiempo no corre a nuestro favor, pero si no nos damos cuenta, se nos escurre entre los dedos, y luego ya no hay nada que hacer! Ja, ja! Enhorabuena por el relato y mucha suerte! un abrazo!
ResponderEliminarMuchas gracias, Marifelita, el puñetero tiempo, siempre escorándose, aunque si tuviéramos más, también se nos escaparía.
EliminarUn fuerte abrazo y muchas gracias por pasar.
Hola Pepe.
ResponderEliminarUn relato aparentemente simple basado en una pregunta cotidiana, pero con un trasfondo complejo. El personaje no quiere responder la puñetera preguntita, o más bien no puede responderla... porque no tiene tiempo, porque su tiempo se ha detenido en un bucle sin fin.
Muy buen relato. Original, agobiante, absurdo. ¡Genial!
Un abrazo
Hola, Trujamán, ay el tiempo, es tan efímero que ni se puede dar, porque la vida es tiempo, y el tiempo es riqueza, o eso se suele decir, así que mejor ni darlo, jajaja.
EliminarUn fuerte abrazo y gracias por pasar.
Lo de madrugar tampoco es que se lleve muy bien por las mañanas. Y las del lunes peor todavía. Por cierto Pepe ¿Qué hora es? Te lo pregunto más que nada porque me tengo que acostar temprano para afrontar la nueva mañana de mañana. ¿Por qué no me la quieres decir? ¿No tienes tiempo?
ResponderEliminar¡Venga ya!
Muy bueno tu relato.
Un abrazo.
Francisco! No me tientes, no me tientes que no tengo tiempo para ello, ¿la hora quieres? ¿Qué hora? Yo no sé nada de eso, además, no tengo tiempo, que se está haciendo tarde..., la hora me dice el señor don Francisco Moroz, como si yo tuviera el tiempo en la mano y pudiera dársela a quien me la pidiera..., ¡vale! Te la doy: las 13 de la madrugada.
EliminarUn fuerte abrazo, Francisco, y muchas gracias por pasar
Hola, Pepe. Estoy encantado con tu relato. Encantado y admirado de tu capacidad de hacer un relato podría decir sin nada. Mantienes el interés en todo momento y la tensión que va en aumento. La gracia es que las preguntas no están respondidas y resulta genial. Este relato es la prueba de cómo se puede hacer una genialidad de una manera aparentemente sencilla. Eres un artista. Un abrazo.
ResponderEliminarLa verdad es que es una simple pregunta, que casi es la primera que nos aprendemos, de hecho, fue la frase interrogativa por excelencia cuando dimos, allá en segundo de primaria, las frases interrogativas, pero, qué difícil es responderla de verdad, me refiero de verdad, no los numeritos que nos dice el reloj, sino la de verdad, porque esa es la que importa, ¿no? jajaja, me estoy liando a mí mismo.
EliminarMuchas gracias por pasar, Isan, y por tus amables palabras.
Un abrazo!
Hola Pepe, qué personaje a destiempo ;)muy elocuente a deshora. Abrazote
ResponderEliminarMuchas gracias, Eme
EliminarUn abrazo!
Pepe has hecho un relato genial con una sola pregunta. Es que ya no se acostumbra a pedir la hora? Un diía un niño le pidió la hora ami marido y él le contesto, lo siento no te la puedo dar porque hace un momento se la he dado a aquella mujer. No es chiste lo hizo alguna vez y saca alguna sonrisa. Un abrazo.
ResponderEliminarJajajaj, pues esa historia es mucho mejor que la mía, Mamen, me la guardo para hacer rabiar a mis hijos.
EliminarMuchas gracias por pasar y un abrazo
Muy bueno Recién te descubro Saludos desde Miami
ResponderEliminarPues yo ya hace tiempo que te descubrí, muchas, y digo tiempo sin miedo a perderlo.
EliminarUn abrazo
¡Bravo, Pepe! Poco más se me ocurre. Pero por no ser tan breve te diré alguna cosa, jejejeje. Lo diálogos bien, la historia atrapante, la critica social cojonuda, el final apabullante. De matricula, amigo.
ResponderEliminarFuerte abrazo.
Muchísimas gracias, Pedro, ante esas palabras solo puedo que sonrojarme y agradecer tus visitas.
EliminarUn fuerte abrazo y nos leemos!
muy bueno, sobre todo la descripcion de la paranoia persecutoria, la ansiedad y el agobio. igual seria que le hubieran preguntado por una calle. Y menos mal que no conduce; sería como para no bajarse de la a cera y esperar que él no se subiera. Cuando llegue la tarde, me temo que le pasara´lo mismo.
ResponderEliminarabrazoo, Pepe
Ufff, al principio me planteé que fuera un conductor, pero eso se me antojaba demasiado, mucha tensión para resolver en tan poco espacio, al final un viandante algo locuelo y con manías persecutorias.
EliminarMuchas gracias por pasar, Gabiliante, y un fuerte abrazo
ResponderEliminar¡Casi que no llego a completar lecturas y comentarios de esta convocatoria! Llevo mucho retraso, a ver si este finde me pongo al día, que no me alcanza el tiempo, nunca mejor dicho.
Tu dinámico y estrambótico relato me hizo recordar al conejo blanco de Alicia retratado con su reloj y la paradoja del tiempo. ¿Cuánto tiempo es para siempre? , preguntó Alicia y el conejo respondió que a veces, solo un segundo.
Tu historia, la prisa, el no llegar a cumplir expectativas, lo surrealista de las situaciones, lo vertiginoso de los diálogos y las imágenes que nos sugiera. Y sobre todo, la falta de respuesta. Un mundo de locos en el que vivimos, y no, no siempre hay respuetas.
¡Cómo me ha gustado, Pepe!
Llegará un momento en que el mundo de Alicia será menos surrealista que el que vivimos ahora mismo, ya no te digo el del relato, que solo es un fiel reflejo de algunas situaciones mañanera, jajaja.
EliminarMe alegra mucho que te gustara, Isabel, muchas gracias por pasar y un fuerte abrazo.
Yo también creí que el protagonista estaba muerto, o aún dormido en la cama teniendo una pesadilla.
ResponderEliminarMuy buen relato.
Bueno, la pesadilla la está teniendo, jajaj.
EliminarMuchas gracias por pasar, De la Flor, y un fuerte abrazo
Hola, Pepe. Un relato muy interesante con un trasfondo filosófico sobre el tiempo y la pérdida del mismo.
ResponderEliminarMe gustó mucho. Suerte en el concurso.
Un saludo.
Muchas gracias, Cynghia.
EliminarUn abrazo y muchas gracias por pasar.
¡Qué maravilla de relato, Pepe! Me ha encantado. Cómo una simple pregunta puede dar tanto de sí hasta hilar una historia como la que nos has regalado.
ResponderEliminarMucha suerte en el concurso.
Un abrazo.
Muchas gracias Estrella.
EliminarMe alegra mucho que te gustara.
Un abrazo.
Hola Pepe, una pregunta tan sencilla y que provecho le sacaste para escribir esta historia tan entretenida.
ResponderEliminarLos diálogos son geniales y el ritmo de la trama es apabullante.
Te preguntaría " que hora es " pero temo tu respuesta je je je
Un abrazo
Puri
No, por favor, Puri, no me la hagas, jajaj.
EliminarMuchas gracias por pasar y un abrazo.
Ay con el pobre odiador de mañanas…
ResponderEliminarExcelente, llenito de ingenio. Han condensado en un pobre mortal un montón de críticas hacia la sociedad. Me ha encantado la idea de carecer de tiempo. El tiempo es igual a vida.
¡Enhorabuena por tu ironía siempre tan fresca y creativa!
Un abrazo!
El tiempo es nuestro mayor bien, Maite, pero hay que saberlo apreciar, que ultimamente ni eso🤪.
EliminarUn abrazo y muchas gracias por pasar
Hola, Pepe. El tiempo es oro, y si no que ad lo pregunten a los hombres grises de la novela Momo. Has conseguido hacer una gran crítica a la vorágine en la que vivimos, siempre apresurados hasta el punto de no poder "dar" la hora. A lo mejor todos estamos muertos en vida.
ResponderEliminarUn muy buen trabajo. Enhorabuena.
Muchas gracias, Bruno! Me gusta eso de Momo
EliminarUn abrazo!
Hola, Pepe!! Una simple pregunta es el eje conductor de todo el relato y la que hace entrar al protagonista en una espiral de pesadilla de la que no consigue escapar. Me ha gustado mucho la forma en que has escrito esta historia que me parece difícil precisamente por lo sencilla que es. Con muy pocos elementos has conseguido crear una atmósfera envolvente y a la vez angustiante y vivir con el personaje lo que siente. Enseguida me he sentido identificada con el protagonista porque antes era común que te preguntasen la hora pero hoy en día si alguien te pregunta la hora te parece extraño. “¿Es que no tiene un móvil?” te preguntas suspicaz y ese es un tema que habría que reflexionar y mucho. Enhorabuena, suerte en el Tintero y un abrazo!!
ResponderEliminarYa ves, hoy en día casi es una ofensa preguntar por la hora, los móviles, escaparates, incluso el simple devenir de la rutina diaria. Pero ahí esta la pregunta, una simple y llana pero que a nuestro prota le cuesta responder. Muchas gracias por pasar, Cristina, y un fuerte abrazo!
EliminarHola, Pepe. Después de tanta agonía con el dichoso tiempo me has matao con el final. Yo me esperaba el insoportable ring del despertador el lunes por la mañana haciendo ver que todo era una pesadilla fruto de la ansiedad. Para epílogo dejaría que al salir a la calle se repitiera, escena por escena, lo del sueño y vuelta a empezar. 😂
ResponderEliminarSaludos y suerte.
Y de paso congrats 🥂👍
EliminarEsa era la primera opción, pero quise dejar la cosa más en el aire, jejej, al resultado me gusta más, JM.
EliminarMuchas gracias y un abrazo!
¡Felicidades, campeón! Un cuento excéntrico, como tocaba.
ResponderEliminarPort cierto...¿qué hora es?
Mira, Isabel, llevo años sin reloj, y que dure, jejej.
EliminarMuchas gracias!
Muchas felicidades y magnífico relato. No los he leído todos aún, y el tuyo me estaba faltando. Muy, muy bueno, de verdad. Un Tintero de Oro muy merecido.
ResponderEliminarUn beso.
Muchas gracias, Rosa, la verdad es que hay personajes maravillosos en los relatos de los compañeros, y quedar tan arriba me enorgullece y abruma.
EliminarMuchas gracias por pasar y un abrazo!
Felicidades, amigo. Aposté todo a tu relato y la mano fue ganadora.
ResponderEliminarNos leemos.
Un fuerte abrazo.
No sabes lo que me ha alegrado el compartir el podium contigo, Pedro, ya llevabas varias ediciones mereciéndolo y por fin ahí estás.
EliminarUn fuerte abrazo!
¡Enhorabuena, una vez más tu genialidad premiada!
ResponderEliminar¡Un abrazo grande!
Bueno, geniales lo somos todos, Maite, y esta edición se han unido nuestros personajes.
EliminarMuchas gracias, Volarela, y un fuerte abrazo!
Felicidades Pepe por ese nuevo Tintero, de Oro esta vez, para un gran trabajo. Un abrazo!
ResponderEliminarMuchas gracias, Jorge, ha sido una edición fantastica.
EliminarUn fuerte abrazo!
Hola, Pepe. Desde que lo leí sabía que habría premio, y vaya que sí. Tintero de Oro y arrasando. Enhorabuena. Un abrazo.
ResponderEliminarOstras, Isan, no había visto este comentario, muchas gracias, compañero! La verdad es que a mí también me ha sorprendido la diferencia en la votación, se ve que algo tan cotidiano como pedir la hora ha empatizado con todos.
EliminarUn fuerte abrazo, y perdón por el despiste
Enhorabuena por el merecido Tintero de Oro, Pepe.
ResponderEliminarUn abrazo.
Hola, Carmen! Perdón por el despiste también, no vi vuestros comentarios. Muchas gracias, me ha hecho mucha ilusión que a la gente le gustara tanto este cuento algo surrealista.
EliminarUn abrazo!