¡CuCú!


 


—¡CuCú! —cantaba la Rana.
    —¿Dónde están las llaves? —preguntó Matarile.
    —CuCú, debajo del agua —respondió la Rana.
    —Querrás decir en el fondo del mar —cortó un caballero, casualmente llevaba capa y sombrero.
    —Es lo mismo —intervino una señora gorda, con traje de cola y después de romper una farola con su sombrero.
    Al ruido de cristales, salió el gobernador.
    —¿Quién ha sido el que rompió mi farol?
    —Disculpe, señor guardia, pero fue Matarile que entretuvo a la Rana que distrajo al caballero con capa y sombrero que me embebeció a mí que no puse mucho cuidado con mi sombrero.
    —¿Quién es Matarile?
    —¡Es la niña bonita! —interrumpió de pronto un marinero, casualmente estaba vendiendo romero.
    —¿Y usted qué pinta aquí? —preguntó el gobernador.
    —Soy el barquero, y buscaba a la niña bonita para devolverle su dinero.
    —¡Yo no soy bonita, ni lo quiero ser! —gritó Matarile—, solo busco mis llaves.
    —¿Tus llaves? —preguntó el gobernador—. Vi a alguien cogerlas.
    —¿En serio? ¿Dónde?
    —Por la esquina del viejo barrio las vi pasar… —canturreó el gobernador, que casualmente se llamaba Rubén Blades.
    —Un momento, un momento, un momento —maulló el señor don Gato, casualmente estaba sentadito desde su tejado—, eso no es una canción infantil.
    Todos y cada uno se quedaron en silencio mirándose. Efectivamente, eso no era una canción infantil. La situación se convirtió en algo surrealista.
    —¿Y ahora cómo seguimos? —croó la Rana.
    De pronto, del mar salió un baby shark.
    —Disculpen, ¿han visto a mis padres?