Zumbido, corolario y desenlace

 




Un zumbido. Eso es lo que queda en la mente del Capitán Ganzúa. Un zumbido tenue, agudo y lleno de negrura, como una broca indecente agujereando su sesera e instalándose en el centro de su entendimiento. Y todo sigue negro, ¿qué ocurre?
    Abre los ojos. Está en la cama de su camarote. Tiene la frente sudada de un líquido viscoso y salado.
    —¡Por el puñetero Poseidón, menudo sueño! —dice mientras trata de quitarse el sudor de la frente con la mano derecha, aunque lo que hace es arañarse con el Gancho Gris.
    —¡Demonios! —grita de nuevo mientras vira su atención al Garfio. Y es que, ¿por qué la derecha? Siempre ha tenido ese gancho maltrecho en su mano izquierda, ¿qué hace en la derecha? No lo entiende, y eso solo puede ser debido a:

  1. El ron lo está volviendo tarumba.
  2. Esta travesía lo está volviendo tarumba.
  3. Sigue soñando.

Niega. El dolor en la frente le dice que está despierto. Y tampoco cree que el ron sea el causante. Es la locura de viaje que emprendió hace meses, la búsqueda del tesoro oculto en otro mundo. El tarado al que le birló el mapa ya se lo advirtió:
    —Amigo, este tesoro no te conviene.
    —Lo que no te conviene a ti es ser mi amigo —le contestó él, antes de ensartarle con su sable.
    Pero qué razón tenía.
    El zumbido sigue. Viene de afuera. Se levanta y sale a la cubierta. Un hedor a pis, salitre y heces le retuerce el entendimiento. Esta travesía ha sido un error. Pero ¿qué hacer ante la perspectiva de encontrar un tesoro tan cuantioso y de otro mundo? Aunque el precio está siendo alto. Está desorientado, ya no sabe ni dónde lleva las amputaciones. Y el zumbido. Ese puñetero ronroneo no ceja en ningún momento. ¿De dónde viene?
    En un lateral ve a varios de sus secuaces. Parecen absortos en una conversación, Y eso es malo por:

  • a) Son unos holgazanes.
  • b) Pueden haber perdido también la chaveta.
  • c) Seguramente, estarán organizando un motín

Pepe Caraparche, el que lleva la voz cantante en esa conversación, advierte su presencia y hace al resto callar. Algo traman, sin embargo:
    —¡Tierra a la vista! —se oye desde lo alto de la mesana.
    Todos los presentes viran hacia proa. Algunos, capitán incluido, corren hacia allí. Efectivamente, hay algo. Aunque, ¿qué es?:

  • ¿La costa?
  • ¿Un islote?
  • ¿Otro gran barco?

No.
    Más bien parece una gran ola.
    De pronto, repara otra vez en el zumbido. Ahora ligeramente más fuerte. Viene de delante, de aquel montículo. Aunque lo más raro es lo que remarca el fondo: nada. Una nada oscura que se mezcla con el cielo.
    De imprevisto, el ritmo del barco comienza a aumentar. No solo el capitán se percata de ello, sino el resto que comienza mirar por la borda.
    —Señor Mosca —le grita al timonel—, ¿por qué acelera?
    —Es el zumbido —dice un tipo a su lado, curiosamente es Pepe Caraparche.
    —¿El zumbido?
    —Este hace que aumente la corriente.
    —¿Qué corriente?
    —¿Aún no se ha dado cuenta? La que nos arrastra al borde.
    —¿Qué?
    El capitán vuelve su atención al frente. El montículo se aproxima a grandes pasos. Y no es tierra, sino una pequeña ola de mar que remarca el fin del mismo. De fondo, una negrura sin estrellas augura la caída. Están en el borde. Han llegado al borde. Repito: al borde.
    El Capitán grita ordenando un cambio de rumbo. Sin embargo, la tripulación se le queda mirando, algunos con cara de asombro, otros negando con resignación, otros suspirando y levantando la vista. Al parecer todo está perdido. De fondo, ese zumbido, ahora muy fuerte y proveniente de la enorme cantidad de agua que cae por el borde, engulle todo sonido en una sensación irreal mientras la negrura los hace presa. Todo es negro. Negro con solo ese bordón de fondo.
    El zumbido.
   El cual, ahora no parece tan fuerte, más bien es tenue, agudo y lleno de negrura. Una sensación algo familiar.
    Un segundo, ¡¿cómo que familiar?!
    Abre los ojos, de nuevo, y, de nuevo, está en su camarote. El zumbido sigue, pero no parece amenazador. ¿Todo ha sido un puñetero sueño? No. Lo que pasa es que ha perdiendo la cabeza. Un sudor frío recorre su frente. Con la mano izquierda se frota la frente, o solo lo intenta, porque lo que hace es arañarse con ese garfio que no hace mucho estaba en su mano derecha, y esto no tiene sentido, pero la voz que oye desde afuera aún tiene menos:
    —¡Tierra a la vista!
    Mierda.
    Sale corriendo. Al fondo se ve de nuevo el montículo, el barco ya va acelerado y el zumbido aumenta con un surreal silogismo:

  • Premisa: No está loco.
  • Postulado: Ahora entiende eso del tesoro de otro mundo.
  • Corolario: En realidad está entre el vaivén de dos mundos.

—¿Por fin lo entiende? —oye de pronto a su lado. Es Pepe Caraparche.
    Sí, parece que lo entiende, y, viendo su expresión, también parece que ha sido el último en hacerlo, aunque lo peor no es eso, sino, ¿qué hacer ahora?
    —Ahora yo le diré qué vamos a hacer —gruñe Pepe Caraparche, cara larga y agarrándole las pelotas:

  • Introducción: va a sacarnos de esta.
  • Nudo: previamente habremos pillado el tesoro.
  • Desenlace: por el bien de sus partes nobles, espero que este valga la pena.