—¿La Invasión? —pregunta uno que se ha presentado como Ramiro Ramírez.
Zarc, el alto y desgarbado recepcionista, sonríe.
—Sí, ¿no le gusta?
—No es eso, pero me parece muy poco apropiado para una reunión de este tipo.
—Mire, señor Ramiro —suspira Zarc sin dejar de observarle; es un hombre raro, su mirada más bien, parece que no parpadee, además, no tiene pestañas—, aquí lo importante es que se sientan a gusto; nuestro lema es «nosotros creemos en vosotros solo si vosotros dejáis de hacerlo».
Ramiro resopla.
—Pues ya le digo yo que empiezan mal con el nombre.
Entonces, Zarc ríe abiertamente, sale del mostrador y se posiciona a su lado. Lleva una sempiterna sonrisa rodeada de un rostro perfecto, casi simétrico; una apariencia tan amigable como exagerada.
—Eso es porque se siente reticente, señor Ramiro. —Acto seguido le pone una pegatina en el pecho con un número marcado en rotulador: el cincuenta—. Recuerde, aquí no tiene nombre; a partir de ahora usted es el Sujeto cincuenta.
Ramiro mira la pegatina y luego a Zarc.
—¿Sujeto?
El recepcionista asiente.
—Aquí no hay «compañeros» ni «pacientes» ni nada similar. Ustedes son solo personajes incomprendidos, faltos de apoyo, de que les crean.
—De que nos crean para que dejemos de creer, ¿no?
Zarc suelta otra risotada mientras coge al sujeto del hombro.
—Veo que aprende rápido...
Abandonan la sala y se internan por un pasillo amparado de unos parpadeantes tubos fluorescentes. Un olor a cerrado y agrio les golpea en la cara. Abren una puerta y aparecen en una gran sala plagada de gente sentada de cara a una especie de atrio. En él, un hombre permanece junto a un atril hablando al gentío:
—La Invasión me enseñó que los sentidos nos pueden engañar...
A un lateral asoman mesas con jarras, vasos y pastelillos de pinta dudosa.
—...Puede que yo creyera ver algo... —continúa el hombre del atril.
Zarc sitúa al sujeto Ramiro en la parte de atrás mientras hace señas a un hombre que está de pie entre el atrio y la grada. Este, al verlos, sonríe y, agachando el cuerpo para no interrumpir al comentarista, se acerca. Es aún más larguirucho que el recepcionista.
—Este es Ross, el terapeuta —cuchichea Zarc una vez llega—. Ross, te presento al Sujeto cincuenta.
El terapeuta sonríe y le estrecha la mano.
—Bienvenido —susurra.
De fondo, el monólogo sigue:
—...Sí, yo vi, pero..., yo... yo... ¡No! —De pronto, la voz del comentarista se transforma en grito. Zarc mira a Ross, por primera vez con seriedad—. No es cierto. ¡Los he visto! Están arriba, en el cielo. Me abducieron, me metieron cables por los ojos... ¡Nos están estudiando!
—¡Vale! —corta de pronto Ross dirigiéndose hacia el atrio, su cara vuelve a ser una sonrisa amistosa—. Ya está bien por hoy, Sujeto catorce.
Luego sube y el sujeto en cuestión se abraza a él entre sollozos.
Permanecen unos segundos hasta que el largo terapeuta, con voz calmada y llena de sosiego, se gira a la gradería:
—¿Veis hacia dónde nos llevan las emociones? Los sentidos nos engañan, nos mienten, nos tergiversan la realidad, pero solo son parches, atajos. El problema debe ser arrancado de raíz. —Entonces agarra al sujeto de la mano, lo lleva a un asiento y continúa sus enseñanzas entre la gradería—. Los sentimientos nos hacen débiles, nos nublan la vista. Está bien sentir, amar, desear, pero solo bajo el velo de la racionalidad. La lógica nos ha hecho humanos, superiores; si la abandonamos, sucumbimos; como le acaba de pasar al Sujeto catorce. —Se gira y le mira con una ancha y amistosa sonrisa—. Recordad: La Invasión cree en vosotros solo si empezáis a dejar de hacerlo. ¡Un fuerte aplauso al Sujeto catorce!
La sala entera se pone en pie para levantar el ánimo del susodicho sujeto.
La reunión sigue. Luego pasan a los pasteles y las limonadas hasta que poco a poco abandonan la sala. El último, el Sujeto cincuenta, ese nuevo personaje con una cara bastante extraña.
Una vez solos, cierran la puerta y, tanto a Zarc como Ross, la sonrisa se les transforma en una mueca seria, casi robótica.
—Tus métodos no funcionan —dice Zarc sin dejar de mirar la puerta—. Cada vez hay más sujetos. Los de arriba comienzan a impacientarse.
—Una invasión requiere su tiempo —contesta Ross, también con vista perdida.
—Ya, pero si los sujetos siguen creciendo, la invasión se detendrá.
—Si los de arriba tuvieran más cautela habría menos sujetos.
Entonces, Zarc se gira hacia él.
—Los de arriba están a expensas de que tú corrijas los deslices.
—Si tuvieran más cautela no habrían deslices.
—Eso es una falacia y lo sabes: tu labor está supeditada a tales deslices.
Se forma un tenso silencio. Ross suspira, o hace algo parecido.
—Hoy me han llamado —irrumpe de pronto Zarc—. En breve ejecutarán el plan B.
Ross se gira con los ojos bien abiertos.
—¿Plan B? ¿Van a eliminar a los sujetos?
—Sí, fue un error pensar que podríamos manipular sus mentes con palabrería barata: lo saben.
—No... No pueden... ¡Son mis sujetos!
—¿Tus sujetos? —corta de pronto Zarc, los ojos entrecerrados—. ¿Estas mostrando sentimientos?
El terapeuta comienza a moverse de forma espasmódica. Zarc niega, saca una especie de arma y le apunta.
—Has pasado demasiado tiempo con los sujetos. Los de arriba tienen razón; ya no sirves para la invasión de la Tierra: te estás volviendo humano.
Imagen de Pinterest